Entrevista de Antonio Chicharro a Edmond Cros
IyF: ¿Cómo se inició su interés por la cultura española y latinoamericana?
R: Empecé a descubrir y estudiar el español relativamente tarde o sea después de salir del liceo.,... aunque el primer libro que tuve y que hablaba de España me lo regalaron como premio del fin del año. En aquella época, en efecto, cada colegio (que no se había generalizado todavía el término de liceo; sólo a los colegios de las grandes urbes se les llamaba liceos y yo me crié en una pequeña ciudad), cada colegio pues organizaba una ceremonia oficial en el mayor salón del municipio. Los profesores llevaban su vestido largo, negro, con la escarpela de color distinto, acorde a la disciplina que enseñaban, En el estrado, ellos rodeaban a los notables que supuestamente habían costeado la compra de los libros y que tenían derecho por lo mismo a sentarse junto al alcalde y al director. Entonces empezaba la lectura de los galardones, desde el primer año del bachillerato hasta el último. Los alumnos premiados subían al estrado a recibir los libros que les correspondían. De entre los que me dieron aquel año venía una presentación de las maravillas arquitectónicas de España ricamente encuadernada y la empecé a hojear en cuanto llegué a casa. Era al final de los años cuarenta y España no era todavía un destino turístico sino sólo, a lo mejor, una etapa para los pieds noirs franceses que vivían en Marruecos y cruzaban por España para venir a veranear en Francia. En mi colegio en aquella época no se enseñaba el español. Después del bachillerato casi al final del primer año de la clase preparatoria al concurso de entrada en la Escuela Normal Superior, se me ocurrió estudiar un nuevo idioma extranjero. Empecé con el alemán pero no me gustó el profesor y fui a las clases de principiantes de español. El profesor que daba estas clases era también responsable del recién creado departamento de español en la Universidad de Lyon en donde apenas había una decena de estudiantes especialistas y él estaba reclutando que digamos. Además él era dinámico, excelente hispanista y supo despertar en mí una vocación algo tardía. Pensé que enseñar el español debía ser mucho más atractivo que dedicar toda su vida a la enseñanza del latín y del griego como tenía planeado. Así fue como vine a ser hispanista y, a partir del verano de 1951, fecha de mi primer viaje a España que fue una vuelta a todo el país, regresaba cada año, compartiendo el tiempo entre descubrir sus paisajes y su gente e investigar en el archivo de Simancas o, las más veces, en la Biblioteca Nacional de Madrid. Me especialicé en el Siglo de Oro y, más tarde, me doctoré con una tesis sobre el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Pero en la universidad de Montpellier el director del departamento me confió las clases que versaban sobre las sociedades y literaturas medievales e hispanoamericanas, lo cual me incitó a crear y organizar, a principios de los años setenta, un departamento específico de estudios hispano-americanos y me llevó a viajar con relativa frecuencia a América latina, a México más especialmente.
IyF: ¿Qué razones han existido para que los estudios sociocríticos hayan desarrollado una posición crítica y política?
R: Primero una postura personal que, supongo yo, orientó mis preferencias bibliográficas hacia una filosofía marxista de la historia. Esta me convenció de que la literatura no se puede estudiar sin tener en cuenta el flujo de la totalidad histórica en el cual está inmersa. Remito al decenio de los años sesenta que fue un período de efervescencia teórica al final del cual empecé a formular mis propias proposiciones, período en el cual sobresalen, en el campo de la lingüística y la crítica literaria, una serie de personalidades científicas comprome-tidas (Althusser, Balibar, Barthes, Chomsky, Foucault, Goldmann etc.) que han influido mucho en mi formación. Se impone una concepción del texto radicalmente nueva que sustituye al criterio de verdad por el de validez. La noción estrecha que se tenía de lo que es el sentido como algo estable y unívoco se cuestiona a partir de las posturas freudiana, lacaniana y marxista. Este decenio está en su apogeo en lo que se llamó “el movimiento de 1968”, en el cual me comprometí personalmente como responsable sindical y que impulsó, entre más efectos, una serie de experiencias pedagógicas de alcances cívicos a veces. Por mi parte organicé fuera del recinto universitario se-minarios semanales de crítica fílmica para los estudiantes de maestría y abiertos a todos. Además, y creo que esto es lo esencial, mis proposiciones teóricas implicaban la necesidad de tratar de sacar a luz los trayectos ideológicos que están en el trasfondo de los textos de ficción y que no somos capaces de entender a primera vista, aunque sí tienen un fuerte impacto a nivel del no-consciente. Y claro que esta perspectiva se podía y se puede aplicar a cualquiera de los discursos periodísticos o políticos que nos abruman diariamente. Así la sociocrítica se les presenta a los estudiantes como una formación capaz de enseñarles cómo liberarse de las enajenaciones ideológicas. Esta dimensión cívica puede explicar el interés que suscitamos en los medios intelectuales y universitarios en América Latina.
IyF: ¿Qué significan para usted palabras como ‘postmodernidad’ y ‘mundialización’?.
R: Para mí, son dos ideologemas que remiten a lo mismo aunque pertenecen a dos contextos semióticos distintos. La propia expresión de postmodernidad indica que su significación depende de lo que precede, o sea de la modernidad. El prefijo post sugiere juntamente un balance, una herencia y una fractura o sea un campo nocional estructurado en torno a la continuidad y la ruptura, lo cual no era el caso de la noción de modernidad ya que ésta describía, o por lo menos parecía describir, una ruptura radical con el pasado. Moderno en efecto no significa nuevo: lo nuevo está destinado a transformarse en viejo y sugiere un movimiento cíclico; lo moderno está esencialmente connotado como ruptura..Además este nuevo valor de la modernidad sólo puede surgir en el contexto de una modernización incompleta. Sólo te puedes sentir moderno cuando aquéllos que te rodean no lo son. En un mundo donde todos fuéramos modernos ya no habría más modernidad. La extrapolación o generalización de esta observación nos permite considerar el período de la modernidad como una modernización incompleta, no compartida, o sea como la coexistencia, a nivel mundial, de unas realidades que surgen de diferentes momentos de la historia. El sentimiento de modernidad corresponde, pues, a la interiorización por el sujeto cultural de los efectos producidos por estas diferencias en el desarrollo económico, que son factores de conflictos más o menos graves. En este sentido, el fin de la modernidad sería el fin del proceso de homogeneización. La expresión de postmodernidad transcribe la inte-riorización por el sujeto cultural de una visión del porvenir que corresponde a este punto final del proceso que conduce hacia una homogeneización socioeconómica y sociocultural total. La forma que digamos negativa de la expresión (“postmodernidad”=”ya no es la modernidad”) se nos presenta como una alusión a un período que no sabemos cómo designar, algo que se presiente... o se oculta y... se revela descaradamente en el otro ideologema que es la palabra “mundialización”. El ideologema “postmodernidad” funciona de esta forma en el discurso social de los últimos treinta años como el prolegómeno de este otro que es el término de “mundialización”. Éste último además está saturando el discurso social actual, desde hace unos diez años mientras que, si no estoy equivocado, se empezó a hablar de la “postmodernidad” a principios de los años setenta. De manera que, para mí, la palabra “mundialización” revela lo que se agazapaba en el trasfondo de la anterior. Estos juegos semánticos son muy elocuentes pero el que “mundialización” se haya sustituido a “postmodernidad” traduce la evolución del proceso, una marcha inexorable hacia la globalización. Sin embargo, aunque se presentan como estre-chamente vinculados entre sí, como todos los sinónimos se insertan en contextos semióticos distintos: “postmodernidad” evoca más bien el plan cultural y además surgió en el campo arquitectural, difundiéndose a partir de éste en toda la intelectualidad norteamericana antes de irrumpir en Europa. “Mundialización” pertenece obviamente al campo económico y connota de manera significativa otros términos que precisamente pone en tela de juicio como “nacionalización”..En este plan, no se puede pasar por alto la amenaza a los servicios sociales nacionales. Podemos imaginar que, a corto o a mediano plazo, ya no quedará en las democracias europeas ninguna empresa nacionalizada. ¿A quién se le podría ocurrir hoy en día nacionalizar una empresa? ¡Hay que privatizar al contrario a todo trance! ”Mundializar” significa primero “privatizar”. La oposición con la cual nos estamos familiarizando entre el concepto de nación y el falaz concepto de mundo me parece mucho más peligrosa de lo que parece a primera vista ya que acompaña el desprestigio que afecta a la esfera de lo político y revela que ya el poder no está más en el estado sino en las fuerzas económicas. El éxito de la mun-dialización pasa por la destrucción de las estructuras estatales, tales como las conocemos por lo menos hasta ahora. Pero estas estructuras estatales, aunque no son satisfactorias, son el producto histórico de luchas sociales y en ciertos campos sociales (salud, enseñanza, servicios públicos...), ya nos damos cuenta de que constituyen, hasta ahora, un dique contra la codicia capitalista.
IyF: ¿ Cómo interpretar la dialéctica Norte/Sur?
R: Precisamente en el contexto que acabo de describir. Norte y Sur no están económicamente en el mismo tiempo histórico y el sistema capitalista saca su dinámica de esta fractura, haciendo producir los bienes industriales en países del Sur donde el precio de la mano de obra es baratísima y transportar después estos bienes a las zonas de consumo, lo cual, además de que tales flujos continuos y nutridos de transportes contribuyen gravemente a la contaminación del planeta, destruye, en el Norte, millares de puestos de trabajo y genera crisis económicas y sociales generalizadas. En contra de lo que a veces se pretende, los que se benefician de estas “deslocalizaciones” no son los trabajadores del Sur cuyos salarios no crecen y que siguen tan explotados como antes, amenazados a su vez al contrario por nuevas des-localizaciones, caso de que se organicen para defender sus derechos. Es que siempre hay una zona más “interesante” para des-localizar. Lo vimos recientemente con el caso de las maquiladoras mexicanas que quedaron afectadas por las condiciones de producción Excep-cionalmente “interesantes” ofrecidas por China. Para contrarrestar ese proceso quizás se tendría que establecer o re-establecer impuestos aduaneros suficientemente altos para que resulte más caro producir fuera que dentro de la zona de consumo. Pero ¿a quién se le va ocurrir esta solución totalmente contraria a la visión del neo-liberalismo? No sé, por mi parte, además, si es posible esta solución y hasta si sería moralmente aceptable; lo único que quiero señalar es la total coincidencia que así se ofrece a la vista entre los intereses del capitalismo y un discurso ideológico que se organiza en torno a una sistema de nociones coherente (mundialización por medio de la demolición de las barreras aduaneras, desprestigio que afecta a los conceptos de nación o de estado etc.). Hay que observar además que si las mercancías circulan libremente a pesar de las consecuencias que dicha libertad provoca, la circulación de los seres humanos entre el Norte y el Sur es cada día más limitada. Que yo sepa, esta separación entre zonas de producción y zonas de consumo es algo nuevo, en la historia de la economía: decía Ford que él fabricaba coches para que sus obreros los comprasen. En efecto ¿por qué fabricar bienes económicos si la gente no los puede comprar? De generalizarse el empobrecimiento de las poblaciones en las zonas de consumo, antes de que se enriqueciesen los consumidores potenciales de los países llamados del “Tercer Mundo”, el capitalismo se encontraría en una situación de contradicción total en donde estaría condenado a desaparecer. Entonces ¿qué perspectivas tenemos a más o menos largo plazo? Claro que es muy preocupante la situación de pobreza y, a veces de extrema pobreza, de los países del Sur pero todos los discursos oficiales o contradiscursos de los “altermondialistas” no me parecen plantear la cuestión de manera clara: para los países del Sur lo único que se puede “esperar”, en las circunstancias actuales, es la constitución, en los países calificados de “emergentes”, de una burguesía artificialmente creada, o sea una burguesía que no haya surgido del proceso histórico interno sino una burguesía creada e “instrumentalizada” por el capitalismo internacional en servicio de sus intereses.. Se trata en realidad de una nueva forma del neo-colonialismo instituido y manipulado por los Estados Unidos en el cual participan los europeos.
IyF: Además de una Europa de mercados ¿es posible una Europa social?
R: Observar el proceso de la construcción de Europa dentro del contexto que acabo de privilegiar puede provocar graves preocupaciones ya que cada estado está abandonando poco a poco los diversos campos en que hasta ahora ejercía su soberanía y cada vez se debilita más como estado. Por otra parte, y de manera correlativa, se va desarrollando una campaña que pone en tela de juicio y que tiende a restringir sus capacidades de intervención como “Estado benefactor”. Notemos de paso que los dos calificativos que se emplean corrientemente hoy de “estado pro-videncial” o “estado bienhechor” ya remiten a un punto de vista crítico ya que tanto el uno como el otro significan que se le otorga al ciudadano - un ciudadano irresponsable y pasivo- algo que no se merece, mientras que, en la segunda mitad del siglo XX, este “estado benefactor” ha sido impuesto por una serie de luchas sociales, ha protegido (aunque mal o de manera no satisfactoria) a la gente humilde y ha funcionado como un dique que se oponía al egoísmo de las clases dirigentes. De manera que asistimos a una delegación de soberanía a otra instancia que es la Comunidad Europea. Lo malo es que esta instancia, de momento, sólo existe como mercado y las coerciones específicas del mercado, con el pretexto de favorecer la competencia económica en la zona europea, lleva a destruir, a más o menos largo plazo, los servicios públicos nacionales subvencionados por “el estado bienhechor” ¿Qué empresa privada va a aceptar llevar el correo o la electricidad a los rincones más retirados de nuestros países ya que esos servicios no son rentables? Estamos construyendo una entidad, socialmente y polí-ticamente vacía, enteramente sometida al neoliberalismo. Mientras no se cambien radicalmente las perspectivas políticas, no podemos imaginar el advenimiento de una Europa social. De momento, hay una contradicción total entre la realidad de lo que es la Comunidad Europea y el concepto de una Europa social. Por eso, antes de que sea tarde, sería urgente elaborar una constitución muy distinta a aquélla que se malogró recientemente o sea elaborar una constitución que sentara las bases necesarias para construir una Europa social, tratando de salvar y mejorar los avances que las luchas sociales han permitido lograr. En este plan, cuando contemplamos el panorama político europeo donde dominan los conservadores, tanto en el parlamento europeo como en los gobiernos de varios paises ¿cómo podría uno ser optimista?.Ni siquiera se ha podido lograr una política fiscal común y sin embargo los impuestos constituyen el mejor instrumento que tenemos para organizar una mínima redistribución de los recursos!
IyF: ¿Cómo ve la realidad española?
R: Me parece haber evolucionado de manera impresionante en los dos últimos decenios o sea desde su incorporación en la Comunidad Europea en 1986 y no como resultado de la política del Partido Popular. Hay que recordar que España fue, y todavía es, con Irlanda y Portugal, una de las principales beneficiarias del reparto de los fondos especiales europeos. Fuera de la tasa de desempleo que es una de las más altas de Europa ( aunque de 1998 a 2001 ha bajado de 18,80% a 13,10%) todos los criterios económicos son positivos ( en 2001, el PNB por habitante había subido a 15.620 dólares y entre 1998 y 2001 las inversiones extranjeras se han duplicado).El nivel de los precios ha subido bastante, aparentemente más rápidamente que los salarios. Creo observar que la concentración urbana se ha acentuado mucho más que en Francia por ejemplo. Lo que me preocupa personalmente, sin embargo, es la evolución política hacia una regresión a cierta forma de un neo-franquismo que coincide en algo con la amenaza que representa Le Pen en Francia o la actual vigencia del partido de Berlusconi en Italia.
IyF: Usted, que conoce extraer-dinariamente bien América desde el Norte al Sur, ¿cree en las posibilidades cognoscitivas y políticas de lo que se ha llamado post-colonialismo movido por el motor de la ideología post-occidentalista?
R: Es evidente que hay una continuidad entre el período del colonialismo y el panorama mundial actual y, desde este punto de vista, el término de “postcolonialismo conviene perfecta-mente. Lo podemos relacionar con el ideologema de “postmodernidad”, ya que históricamente la modernidad corresponde efectivamente a la expansión del colonialismo. En la mayor parte del planeta las identidades “nacionales” son el resultado de una serie de perversiones provocadas por las rivalidades de las potencias coloniales: en 1494, en Tordesillas, los reyes de España y Portugal se reparten las tierras descubiertas y por descubrir mediante una línea imaginaria trazada de polo a polo y así nacen los contornos geográficos de Brasil; Francia e Inglaterra han recortado de manera irracional el continente africano y el mapa actual exhibe las trazas de las guerras del siglo XIX etc. Las más graves crisis internacionales actuales, en Afganistán, en Irak, en Palestina, los problemas de la inmigración, de la “integración”, de las relaciones Norte / Sur... son otros tantos productos, indirectos -y, a veces, directos- del colonialismo. No se pueden abordar fuera de este contexto. Ahora bien ¿de qué horizonte discursivo, y, luego ideológico, surgen estos ideologemas construidos a partir del mismo esquema post? Este prefijo post- transcribe, a primera vista, un vacío, una ausencia de definición; sirve para introducir definiciones negativas [“ya no es el colonialismo” “ya no es el oxiden-talismo”] pero, sin embargo, en estas expresiones, el colonialismo y el occidentalismo siguen funcionando como puntos de referencia, lo cual significa que sus efectos siguen todavía vigentes, como lo acabo de señalar además. Para mí, el vacío semántico que implica post- oculta una realidad que es la realidad del neo-colonialismo. Por otra parte, es difícil decir lo que significa “postoccidentalismo”. Supon-go que se refiere a la necesaria diversidad de los puntos de vista, oponiéndose de esta forma a las metáforas del centro y de la periferia previamente utilizadas. Pero, también en este caso, detrás del ideologema está una realidad muy distinta que es la realidad del unilateralisme norteame-ricano. Habría que considerar, además, el contexto discursivo en que se emplean originariamente las dos expresiones: en efecto el término de “postoccidentalismo” tiene una dimen-sión crítica que, aparentemente, no está en “postcolonialismo” y que plantea el problema fundamental del imperialismo occidental, sugiriendo una organización plurilateral del mundo. Yo veo una contradicción entre las respectivas visiones políticas que sugieren, (ocultación de la realidad en el primer caso, reivindicación geopolítica en el segundo), contradicción usual en la formación discursiva de cualquier época. Pienso que el análisis semiótico de esta serie de ideologemas y de la manera cómo se han sustituido los unos a los otros en los últimos decenios nos puede ayudar a entender mejor el proceso de la evolución histórica y de este punto de vista tienen un valor cognoscitivo.
IyF: ¿y África?
R: La presencia del neocolonialismo es más aparente en África que parece tan dependiente de Europa.
IyF: ¿Qué es ser de izquierda hoy?
R: Le voy a confesar que me siento incómodo a la hora de contestarle porque su pregunta me interpela como individuo y ciudadano. En efecto, implica una postura intelectual y un compromiso personal. Le podría decir que ser de izquierda significa, más que todo, compartir una serie de valores morales como la tolerancia, la justicia, la generosidad etc. pero pienso que tal profesión de fe no es privativa de la llamada izquierda y podría ser compartida por un humanista o una gente auténticamente religiosa, por ejemplo. Ser de izquierda debería implicar estos valores pero las nociones de derecha o de izquierda no atañen, directamente por lo menos, a la esfera de la moral sino a la esfera de la praxis política. Y a nivel de la praxis hay que distinguir, dos izquierdas, una izquierda reformista y una izquierda revolu-cionaria. La primera descarta la noción de lucha de clases, piensa que no se puede ir en contra de las leyes del mercado pero que sí se puede tratar de limitar sus efectos en el campo social. Una mayoría de los militantes de los Partidos Socialistas español y francés, por ejemplo, proceden de esta corriente mientras que una minoría se siente atraída por posturas más radicales, de donde las dificultades que tienen para proteger su cohesión interna, cuanto más que, para llegar al poder, estos partidos tienen que proponer un programa que pueda atraer a los sectores moderados del “centro-izquierda”. Lo malo es que, caso de que hayan llegado al poder, sus objetivos políticos, ya relativamente limitados, se ven contrarrestados por las mismas leyes del mercado que, precisamente, decidieron aceptar y su electorado resulta frustrado y decepcionado. En realidad, en efecto, lo político está sometido a las fuerzas económicas y a la lógica del neo-liberalismo a las que rechaza al contrario la izquierda revolucionaria. Entonces ¿podemos aceptar una izquierda que sea simplemente reformista? Si la propia derecha, en Francia por lo menos, maneja diariamente el concepto de reforma, que hasta ahora era privativo de la izquierda, aplicándolo sin embargo a preocupaciones y objetivos radical-mente distintos. Por otra parte ¿es la izquierda revolucionaria utópica? ¿Es ella la verdadera izquierda? Y, si es pura utopía, ¿cuál es su función objetiva en la praxis política? En efecto, después de la caída del muro de Berlín y de los fracasos de las diversas experiencias comunistas ¿existe una alternativa al capitalismo? ¿Es posible “otro mundo”? Frente a estas contradicciones ¿cuál puede ser mi compromiso o nuestro compromiso personal? La solución, a largo plazo, pasa, a nivel del planeta, por una toma de conciencia colectiva, que tratan de promover los militantes altermundialistas. En un nivel mucho más limitado y de mucho menos alcances, la sociocrítica, por tratar de enseñar a los estudiantes cómo funciona la enajenación ideológica, aspira a participar en este movimiento de emancipación.